domingo, 29 de enero de 2012

HORIZONTALIDAD SENTIDA.















                 RAFAEL PIEDEHIERRO
 
 
                                        (BADAJOZ 1985)
 


 
 
 
 
 
 
  HORIZONTALIDAD SENTIDA
 
 
 
 
 
 












 
 
HORIZONTALIDAD SENTIDA



                                   I


Hoy te vi llegar con un brillo
extraño en tus ojos.
No acertaste a decir las palabras que buscabas
y te presentí un extranjero.

Sospeché que era el día señalado;
que tu mullida piel
no podría acogerme nunca más.

Volví a ver tus ojos
mientras mirabas el agua bajo el puente;
los mismos tonos, la misma voz, el mismo sueño...,
entre tus manos y las mías.

                        Sacaste la pequeña historia de tu bolso y...,
como si no importase,
la dejaste caer al abismo que conduce al mar,
silenciándola para siempre.

                        Cuando conseguí despertar
mi reloj marcaba mil quinientos años más
que la última vez.

                        Todos mis sistemas estaban intactos;
el viaje estaba apunto de concluir.
Me aproximaba al punto de destino y
lamenté, por primera vez, mi condición mecánica
y cibernética inmortalidad:
estaba condenado para la eternidad
a vivir en tu recuerdo.

                        Tu frágil estructura no soportó
tan largo periplo; y pusiste fin con el silencio
a todos tus interrogantes.

                        Un nuevo programa; una misión más;
otros mil años como día y noche, y
mi soledad de pirata cósmico
apenas imperceptible surcando el tiempo.



        
II



Tal vez sea, que nunca antes, había mirado
a través de un ventanal, tan claro, como el de tus ojos;
que nunca me había vencido el frío,
junto a la chimenea de tu cuerpo;
tal vez...,  sean todas las cosas del universo,
las que me aproximan a ti.

                        Todo mi pasado, maldito, y      
este dulce e incierto instante, se filtran       
a través de tu ventanal.
Cada paso; cada golpe de luz y color...,
hacen que yo tenga que amarte;
buscarte por entre el gentío,
siempre, a través de tu cristal y abrigo.  

                        Pienso en ti cada día,
entre tanta ventana o
el calendario de mi habitación...
Podría hacer con tu luz
una suerte de esmeraldas
que limpiaran para siempre el horizonte.

                        Me gustaría saber que eres libre,
que entre tus manos ha existido
una música sin tiempo, sin límite ni apariencia.

                        Sueño, que todas las soledades, los miedos
del oscuro pasado, tuvieran su explicación en ti.

Me gustaría danzar al son de tu música,
entre la magia hechicera de mis labios
con tus cabellos ligeros, cegados mis ojos
por el brillo de tu abrazo.

                        Y, ahora, podría hacer con tu luz
una suerte de esmeralda,
que limpiaran para siempre el horizonte,
tras encender los troncos de mi chimenea apagada,
en el inminente invierno; 
es abrir de par en par las ventanas  
del cosmos entero, dejando que mi espíritu considere,
si es posible,  una segunda oportunidad.

                        Te amaré sin piedad, hasta el fin de los tiempos,
aún después de que me apague..., esparcido en el aire
te voy amar.

                        Queriendo aletargar una derrota articulada
en miles de mensajes; como si no existiera
nada más en la creación:
Con el amor de una tristeza eterna,
de un ser que nació dos veces.
Pienso en ti:
entre huracanes, entre hojas muertas de otoños suicidas,
entre espejos dorados, entre sirenas de soledad...   
Sin que nadie se dé cuenta ni lo sepa,
sigo pensando en ti.                       
  


















































                                            III



Esta  tarde esperaba a que aparecieras;
el horóscopo me hizo albergar las esperanzas
de que hoy, mi vida , cambiaría gracias a ti.
           
                        He andado por la calle, tomado café,
mirado a todas partes con la esperanza de verte llegar,
aún, sin saber quien eres  ni conocer tu rostro.

                        Era tan hermoso esperarte...  ser anónimo...
           
                        Tras los cristales de mi balcón
llueve y sopla el viento en una noche prematura  
con silbatos de tren y ruidos de ascensor. 

                        La radio, el té y el periódico sobre la mesa...
           
                        Todo sigue igual. No te he visto.
Una vez más, no has venido al encuentro,
a la cita convenida.

            Tal vez, seas feliz a estas horas, en
cualquier parte, donde quieras que estés.

                        Más yo sigo sin conocerte, imaginándote
            junto a mí, tomando el desayuno; y pregunto
 si llegará el tiempo de evitarlo todo.
           
Hoy, el día, nació con la lluvia y el cielo gris;
con el brillo del asfalto mojado; con las calles
            más vacías que de costumbre, sin autómatas  
cruzándose por las aceras.

                        Creí que ibas a cambiar toda mi vida.
Creí que al fin me añorarías y que ya nunca te irías,
ser animo...                                                            

                       















                                       IV



Manuela habla con el espejo.
Su mirada está clavada en el infinito.
Mueve los labios y...  mientras, abre el grifo,
pasa una primavera de flores por mi cabeza,
creyendo que ella, al fin, me pertenece.
           
                        Manuela se pierde sin quererlo
en un largo silencio de lavabo azul;
yo duermo un poco
en ese lago de sueños, de nubecillas rojas,
en medio de su pelo amado.




































                                         V



           
                        Llegada es la hora, en la cual, poco a poco,
            iremos devorando nuestro pasado,
            para mantener con vida, nuestras vidas.

                        He viajado en muchos trenes, y
            ¡nunca!, encontré a nadie que me dijera:
            “sígueme, te haré pescador de hombres.” 

                        Tal vez me comprendáis:
              Ya os llegará el turno;
            vuestros hilos se romperán; vuestros cuerpos
                                 se desplomarán,
                                inexorablemente.
              
                       
                        Desde abajo,
            todas las caras parecen iguales,
            en cambio, es vuestro caminar,
            lo que  las  marca y difiere.
          
                        Aunque no podéis verme;
            aunque ignoráis mi existencia, terminaréis
            en el mismo lugar.
           
                        Las flores han crecido a mi alrededor;
            y los que amé, dejaron, en ellos, su perfume. 
           
                        He devenido a tal pequeñez, que  hasta
            el más inofensivo gorrión, sería para él
            una presa fácil.
                       
                        Tardé, varios días, en bajar las escaleras
            del camino imaginario; y, una vez dentro, espero
            hasta altas horas de la noche, para salir
            sin ser  aplastado por vosotros.
           
                        Soy tan pequeño...,  que tan sólo
            tendría que introducirme entre unos cables
            para provocar vuestra desgracia...

                        No lo haré.

                        Cerebro programado, con el aire de la calle.
como consecuencia:

Hemos perdido de vista a la Luna.






            VI



Uno de estos días,
voy a pensar seriamente en mí;
es posible que me plantee tomarme
las cosas con más calma...
           
En uno estos días, decidiré
            si sigo encerrado, en esta mi ciudad-mausoleo
            o si abro mis pétalos al sol y al aire;      
            quizás tenga pensado curiosear, tal vez,
            en lo que no me importa y viajar en avión.
           
En uno de estos días, pensaré que estoy a salvo;
            aunque, no tenga más amigos que este cuarto
            y estas cosas; o tal vez, en esos días,
me convertiré en una estrella del rock-and-roll;
diré a la gente lo que desee, y mis palabras
tendrán la fuerza de la inmortalidad.
           
                        En uno de estos días, tendré la oportunidad
             de saltar al vacío, sin que nadie le importe...
            (El impacto de mi cuerpo contra el suelo).
            Falta, poco, quizás, otros veinte años;
            pero, uno de estos días, me daré cuenta
            de lo cerca que estoy. 

                       



























                                    VII



                        Hay hojas en las escaleras.
            Van subiendo lentamente los peldaños,
            como pasando siglos enteros,
            con ganas de querer llegar hasta ti.

                        Allí, encontrarás el calor y el cobijo
            que desde el principio del mundo se escapó y
            nadie sabe dónde; tal vez, fueran a este cuarto
            donde llenaste las páginas de un libro de sueños.

                        El último obstáculo es la puerta,
            siempre cerrada y sin pintar.
            Allí, se van amontonando:
las unas sobre las otras; y sus voces
entonan la canción del silencio.

            En esta escalera interminable,
cuyo primer peldaño, subo; hago un viaje
sereno, claro, luminoso y perfecto;
sabiendo que para abrir la puerta
todos habremos de morir.




























                      VIII



¡Buenos días!, pequeña flor.
Hace cuatro días que estás en mi casa
y te has convertido en mi ilusión,
mi despertar y mi amiga.

            Tus pétalos rojos apaciguan mis dedos;
tu color, único en mi universo,
reanimará mi sangre al despertar.

            Vives en un vaso con un poquito de agua;
y víctima de mi miedo, te he arrancado para sentirme,
menos triste.

            Te maté porque  te necesitaba;
y cuando corté tu tallo, en aquel parque,
sentí en mi pecho, el dolor de una puñalada.

            Mas no podía irme sin ti,
hubiera añorado tu compañía;
y, tal vez -¿porqué no?-
el muerto hubiese sido yo:

    ¡Ah!

   Te amo y por eso te maté    

                       
























IX



                  Era en aquella tarde;
            en la cual me atreví a cruzar, la calle;
            debía mirar hacia arriba, si no quería
            desmayarme en medio de...  toda la gente.
           
                 Recuerdo una voz:
            Parecía  querer decir algo.
            Escuché esas palabras como payaso
de cristal con suerte; y mirado hacía arriba,
podía dar un paso, luego otro y otro...,  ¡sin caerme!
Podía ver aquel rostro...,  ¡su rostro!
Tal vez, un poco mojado por la lluvia;
un poco más cansado y dolorido(que
tenía aquel abrigo de lana).                               
            Pero, fui un ingenuo, cuando pensé que
que mis pasos pasarían desapercibidos y
que nadie se fijaría en mí;
que podría tocar la otra acera...

            Estoy, de nuevo sentado al pie de la calle;
mirando su silueta difuminada,
junto a la estatua de Carlo Magno (sobre su caballo).
Todo es terriblemente real, como para no mirar
hacía arriba(durante cierto tiempo):

¿Qué misterio habrá tras la carretera?         


























                                             X


                        Las olas de este mar están besando mis pies
            en una luminosa mañana de estío.
                        He viajado, desde lejos, para ver el océano
            crepitando bajo el sol; y, ahora que he llegado,
            todo me parece como si, éste hubiese sido mi destino
            (desde hace siglos).

                        He llegado al punto -medio- de mi vida:
            Mis antiguos compañeros quedaron atrás;
            Tan sólo tengo por recuerdos a ninguna sonrisa y
            menos de mirada, frente a la eternidad...
                       
Oigo dulces voces entre las olas y
            siento en mi piel placeres ignotos:
            Vale la pena haber andado, ¡tantas tierras y tantos días!,
            para venir a sentarme en esta tranquila playa.   

                        Ahora me siento diferente, pues habiendo
            aprendido nuevas formas de mentir,
            mis dedos ya no son flexibles como antaño:
                        Puedes coger tus cosas y  perderte...,
             entre los tuyos, que yo... soy pez varado.
           




























                                               XI



                        Cae la lluvia de la mañana sobre mis sienes;
            de igual manera que, en la antigua Grecia, los esclavos
vertían vino para sus señores:
Es comprometido responder si la vida es
difícil o fácil.
            Hay montañas, ríos y árboles que son
            más viejos que nosotros y,
aún no han dado una respuesta:

Todo está cambiando, desde el mismo día
en el que Noé devolvió la libertad a su paloma.
           
            Nuestros ojos siguen siendo hermosos,
como flechas que cruzan el aire
al compás de nuestras canciones.    

                        Cuentan que la historia volverá a repetirse;
            que un nuevo Judas venderá,
por otras treinta monedas, al último Jesús.

            Y sigo, sentado, pensando que Jesús
tampoco llegó a responder
a mi universal pregunta.                                    

            La lluvia de la mañana
ha cesado sobre mi cabeza;
quién sabe, si también, sobre la tuya.

            Vengo ha decir que el amor no ha muerto;
mas, habéis de saber que herido o amedrentado 
por este tiempo, se ha refugiado en
algún misterioso lugar.

            Hay que buscarlo;
porque, tal vez esté en cualquiera
de nuestros corazones.  
               







          







XII



                         Es la historia de una estrella,
que un día se apareció en un desierto rojo
de cielo negro:

No había nada más que una sombra quieta.

            La estrella  que  estuvo seis días azules
y seis noches blancas, miraba inmóvil
aquella gota errante en el desierto.

            Parecía como si sus destellos invisibles
iluminaran todas las manos de los niños sombrios.
 Como si, una nube, se hubiera pintado de violeta  
             y llorara por la muerte segura e inminente
            de la gota de lluvia errante en aquel desierto.

                                    El séptimo día azul;
la séptima noche blanca y la sombra quieta arriba.

                        Todos los imperios habían perecido.
La gota de lluvia comenzaba a desvanecerse
entre un suelo rojo y un cielo negro.
 



















      
   


                                     XIII

    
        
                        Paso veloz por el valle tras
 un lustro de ausencia;
allí, me encuentro con todo aquello,
que siempre me ha esperado.

            Hay una anciana, sentada junto a su puerta,
contemplando el ocaso, tras los tejados;
los naranjos, rodeando la plaza, son
los primeros en señalarme su naciente fragancia;
el guardia municipal ha cambiado... 
oí, al pasar sobres las tabernas, que el tío Tomás
se fue con los fríos del invierno...
           
                        Serpenteo por las calles,
            sin ser visto, por los escasos transeúntes.
            Subo la cuesta de los cipreses
            y les dejo el perfume del lejano mar.

                        Por fin, diviso mi casa:
            Altiva, serena..., ¡como yo!
            En ella he vivido el calor del hogar, y
            Junto a un álamo; en sus ramas adyacentes
            esbocé mis primeros aleteos y  sentí en él
            la nostalgia apasionada de todo viajero,
            que va por esos mundos de dios.

                        Ahora vuelvo a la casa,
            lejana está en mi niñez, al reencuentro
             de mis hermanos.
           
                        Les contaré mil y una historias de viajes;
              hablaré de las noches serenas del trópico;
              de los amaneceres, allá, sobre las cumbres alpinas...
   
                        les diré que también tuve miedo;
            que no siempre fui todo lo feliz que quisiese y
            que un día me enamoré.

                        Mi vuelo es ahora más seguro, más
raudo y cercano al cielo; pero también más viejo:

<< Busco el consuelo de mi hermano el álamo
           y la paz de mi horizonte finito>> .
  
  
                                                                                  AUTOR: RAFAÉL PIDEHIERRO
 
                                                                                              (Badajoz 1985)

                

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