martes, 31 de enero de 2012

GUETOS II.

La maraña de los cimientos subterráneos.

Bordean el filo del cuchillo del viento.

Y los susurros mal olientes, destruyen la armonía y la recta, de un tiempo sin freno sin ruedas.

Aquellos los desmoralizados sin recuerdos, caminan en senderos, sumisos de un dios borracho de estrellas.

Aullidos sin voz de campanas que no suenan, dolor en la sombra que vive de recuerdos en desiertos olvidados con relojes sin horas.

Aquellos con ojos que no ven nada, los de vueltas y media, sin llegar nunca a la entera.

Bubónicos inteligentes de plata y oro en las mentes, de serrín en la cabeza que comen  luces opacas, mendigando las sonrisas y miradas, abrazos falsos de celuloides y rosas.

Naturaleza de muchas cosas en bolsas de plástico, llanto de alcohol con sonidos de auxilio en las calles, un cuervo en el tejado, vigila la noche.

Aquellos vacíos de agua, sin ideas ni luz, parásitos de la raza. 

Que viven de sangre ajena como una garrapata.

Oscuros huecos de silencios de tumbas y huesos.

El árbol  de mañana llora el roció de la noche, y la tenue luz de una alborada tímida nace.

Hay celos entre las hojas, y las ramas se pelean de un sol que no calientan a todas.

Aquellos de ojos lagrimados de pena, saliendo un aroma silvestre, libre sin herida ni roce, bronce poderoso de mentes fuertes, cicatriz  efervescente de líquido y cal, blanqueando las noches.

Nuevo, roto, acristalados los biseles de las catedrales pobres y ricos puntales dorados plateados del que más tiene.

Aquellos que no tienen nada, que miran las paredes, consolándose con las campanadas, abrazos de hierro y bronce en la madrugada.

Besos prostituidos y caricias vendidas, en el fango miserable humano y subastado del mercado, del podrido falso amor.

Abrazos vendidos en  subastas baratas, llenos de tristes sombras amargas, en un jardín negro y oscuro, del opaco salvaje sentir humano.

Aquellos que chorrean savia humana en los troncos, piedras, y tapias, junto al surco receptivo del arado, tirados al cubo de plástico principio de vida,  ya encarcelados.

Tanto dolor por salvar, en los barrancos del olvido, ni antídoto, ni remedio, solo aceite caliente en la calle. 

Fragancias  de robo, un callejón cerrado. Aquellos sin luz en los ojos y manos de guante blanco, privando horizontes sellados.


Rafael  Piedehierro Holguera

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